21 de marzo de 2008

Don

Alejandro Palmares Roche estaba solo.
Solo y enfrentado a miles de personas, parado sobre un estrado, montado en pleno 18 de julio.
Más allá de las luces de los reflectores que lo encandilaban, lograba ver a la multitud, y un centenar de flashes constantes que provenían principalmente de las primeras filas, allí donde estaba la prensa.
Según las encuestas era el candidato favorito, pero en las ultimas semanas los números no habían hecho más que fluctuar, por lo tanto todo estaba por verse aún. En otras circunstancias este hecho le habría provocado un ataque de pánico, pero ahora, al final de su campaña y luego de meses de estres, podía mantenerse allí parado sin derramar una gota de sudor.

El murmullo general comenzó a disminuir a medida que Alejandro Palmares Roche acercaba su boca al micrófono y tomaba aire. La imagen fue análoga durante un momento a la del olimpista que tensa sus músculos en el momento justo antes del disparo de largada.

Alejandro Palmares Roche. Su padre, Julio Palmares de León, había elegido ese nombre, así debía llamarse un hombre que sin duda llegaría lejos. Invirtió en los más caros internados, seleccionó los más exigentes tutores. Financió estudios que le asegurarían un futuro de codearse y sobresalir entre los más altos representantes de las mejores familias. Y allí estaba él. Si su padre pudiera verlo....

Abrió la boca.
Y estornudó.
Y estornudó.
Y volvió a estornudar.

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